Las medidas excepcionales que
toman los gobiernos municipales y distritales del país para enfrentar la
combinación terrible entre borrachos y harina no pueden menos que
avergonzarnos. La colombiana es una sociedad acostumbrada al Estado, y el
Estado aquí nunca ha funcionado como debe. Así, las tales medidas excepcionales
solo vinieron a tomarse después de las tragedias, como la ley contra los
borrachines al volante, o la tardía prohibición del porte de armas de fuego en
Bogotá. Fueron necesarios en esta ciudad gris, triste, fría, nueve muertos. Nueve personas que, un día en que
la ciudad se sale del curso parco que ha seguido por siglos y se deja llevar
por la euforia pseudopatriótica del fútbol, resultan muertas por un exceso en
la celebración; exceso de su parte o de parte de terceros.
Uno lee el primer párrafo y
parece que lo que estuviera pidiendo yo es que la ley seca la hubieran puesto
desde el primer partido. No. Las medidas que había que tomar eran preventivas,
informativas, casi publicitarias. Había que derrochar recursos institucionales
para prevenir lo que ya se veía venir desde los felices días de la
clasificación ante Chile. Más, desde los tristes días de las eliminatorias
pasadas. O desde los centenares de muertos que dejó el 5- 0 en el 94. Esta nación,
acostumbrada al fracaso, no iba a soportar en completo civismo un suceso de la
envergadura que vivimos. Es que Colombia es puesto uno, UNO, de la FIFA. Es que
Colombia termina la primera ronda con nueve puntos de nueve posibles. Es que Colombia
tiene pinta (Dios me oiga) de campeón o al menos de subcampeón, y esas son
palabras que en el fútbol apenas empezamos a conocer. Los nueve muertos no son casi
nada ante lo que pudo haber pasado aquí, y me disculpan la insensibilidad. De
todas maneras la solución no era el castigo. Sobre todo porque la mayoría de
personas sí sabemos cómo controlarnos y no vamos a agredir a otro por el simple
hecho de que nos arroje harina al rostro, o nos pise el dedo gordo del pie en
un salto de felicidad.
Tengo dos argumentos en contra de
la ley seca: El primero, que no es la labor del Estado establecer ese tipo de
prohibiciones. Como estoy en desacuerdo, en general, con la prohibición a las
drogas, no podría estar de acuerdo con esta ley seca. Pero estoy en desacuerdo
porque creo que una de las pocas cosas que la ideología liberal le dejó a este
atribulado mundo occidental es precisamente la idea de que el Estado no debe
intervenir más que en asuntos donde sea totalmente imprescindible. Pero en
Colombia el Estado se hace el de las gafas con DMG, los corruptos, las
multinacionales, los paracos, pero se mete más de la cuenta en asuntos
exclusivamente individuales: la forma de celebrar. Entiendo perfectamente el
argumento de que la celebración puede volverse un asunto de Estado si lo que
está en juego es la vida de los ciudadanos. Pero la vida de los ciudadanos está
en juego siempre. Y me atrevo a decir que esos nueve muertos de la celebración
son menos de los muertos que habría podido haber sin partido. De todas maneras
se reduce el tráfico con sus accidentes y el malevaje con sus apuñalados. El
día de la madre, padre, velitas, navidad, y año nuevo, son fechas
tradicionalmente violentas en el país. Vamos a decretar ley seca para diciembre,
¿o qué sigue?
El segundo argumento que tengo es
que la prohibición, en son de castigo, resulta siendo peor para el castigado. A
mí todo este asunto se me asemeja mucho a la relación padre-hijo. Si el hijo
es, como decimos, una caspa, pues el padre tendrá que castigarlo. Si el hijo
sale una noche y no llega sino a los dos días, es posible que el siguiente fin
de semana el padre no quiera que su hijo salga. Pero si por eso el padre va a
prohibirle las salidas a su hijo durante seis meses, lo que quizás va a pasar
es que la siguiente vez el hijo no va a volver en cuatro días. Obvio es solo
una manera de plantearlo, pero que me parece válida para este tema. ¿Qué pasaría
si Colombia pasa a la final del mundial y el gobierno decide no poner ley seca
para ese día? Yo ya tengo acumuladas varias borracheras, pues. ¿O será que la
ley seca es indefinida y tendremos que acudir a las tácticas de Al Capone y sus
esbirros? Porque esa es otra ¿no?, que
al final de cuentas ya uno va optando por no quejarse más y mejor abastecerse
de alcohol antes de cada partido, haciéndole el quite a la ley.
Lo que propongo, para finalizar
esta diatriba, es que el Estado se haga el loco y muera quien tenga que morir.
Así de simple. La celebración, el fútbol, son asuntos sociales más que políticos
-aunque no exclusivamente, claro-, y en el ámbito social deben permanecer. Es
la sociedad la que, desde esta nueva generación de Nairo y Urán como ganadores
del Giro, de Pajón como la mejor bicicrosista del planeta, de los pesistas y
sus brazos enormes, de Ibargüen con sus piernas, su sonrisa, sus aplausos, esta
generación de Brasil 2014, debe irse acostumbrando al éxito. En los deportes,
en la cultura, en la economía, en la vida. Así a veces parezca que nuestro
último refugio es solo el deporte. Nos acostumbraremos, Dios mediante, si papá
Estado lo permite.
@CamiloAcosta2