Encolerizados siguen la mayoría
de colombianos con la holandesa y los australianos que hicieron el chiste de Falcao
y James aspirando cocaína. Mucho se les dijo, y a ella hasta la hicieron dimitir
de su cargo en la UNICEF. Todo por un simple chiste, que ella en verdad no cree
que aquí todos consumamos de esa, y menos los futbolistas, pero es como
molestar a los gringos por brutos, a los argentinos por creídos, o a los
mexicanos por saltamuros. A mí me da risa a veces. Empero, no voy a hablar de
qué tan chistoso es, ni de qué tan irrespetuoso pudo haber sonado. Es un
estereotipo más, y como siempre con los estereotipos, alguna razón soterrada
existe para su popularización. O no tan soterrada, en nuestro caso, que si hay producto
colombiano más célebre que el café es la coca, y si hay hijo famoso de estas
tierras es el Patrón, Pablito Escobar, Señor de la Cocaína. Pero de Escobar me
ocupo al final, si el lector me tiene paciencia.
No hay mejor forma de saber cómo
piensa un pueblo que saber de qué se ríe. Uno siempre se ríe de cosas, o comunes, o que se salen de la normalidad: El
bogotano promedio se ríe cuando razona acerca del hecho de que ni él, ni
ninguno de sus paisanos, se sienta en un asiento del transporte público hasta
que éste no se haya enfriado a temperatura ambiente. Esa es la risa de lo
homogéneo. Pero suba usted a un costeño en un bus por la séptima, y verá que después
de un rato el costeño también goza burlándose de tan extraña tradición. Esa es
la risa de la heterogeneidad, de la superioridad.
Para Hobbes, reírse era un acto
subversivo. Quién se ríe, se siente superior a aquello de lo que se ríe. La
risa que temía Hobbes es la risa de la heterogeneidad. Porque para Hobbes no
hay nada superior al Estado, al Leviatán. La risa es el desorden, lo cómico es
lo criticable, y lo criticable es lo razonado. Por ello, en sus tiempos, la
risa era concebida como un peligroso factor de (des)articulación, la mecha que
enciende la pólvora. La racionalidad individual nos permite apercibirnos del
ridículo. El ridículo lo es por cuanto quien lo percibe no se siente igual sino
mejor. Quien se ríe, diría Hobbes, se siente superior al ridículo, y para
hacerlo tuvo antes que razonar. No le sirve al Estado monstruoso de Hobbes la gente
que piensa mucho. Pero calma, que ya vamos al punto.
Hay veces en que la risa se
presenta de manera colectiva y no individual. El funcionamiento es parecido:
Cada uno, antes o después del chiste, en su individualidad, razona alguna cosa
de la cual concluye que es ridícula, por parecida a sí o por totalmente
opuesta. Se presenta después una especie de agregado de la razón colectiva, y
no falta quien suelta un chiste que ya otro tenía en la punta de la lengua. Los
chistes machistas, racistas, feministas, xenófobos, etc., no son más que eso.
La forma en que un grupo social, o una persona, identificándose a sí mismo por
oposición al otro, pone sobre la mesa su presunta, o más bien su fingida
superioridad.
Pero hay algo de lo que no se
habla mucho y es que los chistes donde uno parece superior al otro son la mejor
forma de que los dos estén, realmente, al mismo nivel. Me explico. En Colombia,
díganme si no, uno no es amigo del otro hasta que, bajito bajito, lo ha llamado
con el nombre de alguna enfermedad venérea. Bien, cuenta el filósofo esloveno, Slavoj
Zizek, que cuando estaba enlistado en el ejército yugoslavo, un compañero suyo,
proveniente de otro de los países eslavos, además de intelectual íntegro, se le
acercó de repente y sin ningún circunloquio le fue diciendo: “Me follo a tu
madre”. Zizek lo entendió de inmediato: el otro, lejos de insultarlo, le tendía
un lazo de amistad difícil de rechazar. “Continúa, mientras acabo yo con tu
hermana”, le dijo el filósofo. Y rieron juntos.
Es como aquí en Bogotá que uno siempre
tiene un amigo al que le dicen Negro. Y es más común que a Negro le valga un
pepino que así lo llamen. Se ríe cuando le dicen guaricho, chocoano, vendedor
de cocada, etc. Se ríe, sí, porque eso no es racismo sino igualdad. La
posibilidad de denigrar del otro por sus diferencias, en chiste, no es más que
una demostración de la igualdad percibida entre ambas partes. La certeza de que
el negro no se va a ofender así le digas carbón, si no que va a soltar la risa
y a hablar de la pequeñez del miembro sexual de los caucásicos, eso es
igualdad. De la auténtica, no de la
fingida.
Milan Kundera, escritor checo,
hablaba en otros términos de los dos tipos de risas: La risa de los ángeles,
aquella risa contemplativa, complacida con la perfección absoluta de la
creación de Dios. Y la risa del Diablo, risa seria y certera, que percibe las
imperfecciones de la creación, y, creyéndose superior a ellas, emite carcajeos
burlones. La risa del diablo es la risa a la que temía Hobbes. La risa de los
ángeles, en cambio, es la risa que oculta el Leviatán tras la máscara de terror
que muestra ante sus súbditos. El statu quo versus la transformación. La risa del
diablo versus la risa de los ángeles.
Y dice Kundera que requiere el
mundo quién se ría como los ángeles, y por supuesto quién se ría como el
diablo. En su obra, manifiesto anti totalitario, la risa del diablo viene a ser
la forma en que los soviéticos reían de su propio régimen, deslegitimando la
risa mediocre de los ángeles stalinistas.
La vida misma es tan trágica como
cómica. Tan trágica como grotesca. Por eso defiendo los memes de Pablo Escobar,
los defiendo porque me dan risa, me dan risa porque son ridículos, me dan risa
porque expresan lo grotesco de nuestra sociedad, de nuestra historia, de
nuestras vidas. Que estamos jodidos, lo estamos, pero tan jodidos como cuando
Pablo, jamás.
Leí que era el colmo que los
colombianos se indignaran con la holandesa y los australianos del “perico”. Leí
que era el colmo que porque si a nosotros mismos, colombianos, no nos
indignaban las novelas y los memes de Pablo Escobar, no podíamos esperar menos
de otros pueblos del mundo. Pues bien, las narco-novelas son la risa de los
ángeles, la risa de la homogeneidad, la risa seria del que espera que todo siga
igual. Las narco-novelas nos cuentan la historia de nuestros antihéroes, como
si de héroes se tratara. Los memes de Escobar, en cambio, son la risa del
diablo, risa de progreso, risa de superioridad.
Somos superiores a nosotros
mismos, así nos cueste creerlo. Porque si reímos de Escobar es porque él ya no
está para impedirlo, que no me imagino lo que habría sido de todas esas páginas
de Facebook si Pablo siguiera vivo.
Dejemos pues, la mojigatería, y
riamos complacidos, que Pablo Escobar ya no está. Su semblante, aún, persiste
en la risa oculta de los ángeles. Esos ángeles malditos, de traje y corbata, de
poncho y carriel, de botas y motosierra. Pero para eso estamos todos,
colombianos típicos (y holandesas y australianos), para irlo borrando con
carcajadas estruendosas que nos recuerden lo terrible de nuestro pasado y nos
ilusionen con la superioridad propia de los días presentes. Por alguna vaina
seremos tan burlones, que si no estaríamos aún entre chapetones y criollos.
Camilo Andrés Acosta.
@CamiloAcosta2
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ResponderEliminarCHAMUYA AL JUES
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